"Hambre, el precio de la silueta argentina", por Josefina Licitra

Él no está aquí. Son las nueve y media de la mañana y el primer piso de la clínica de Máximo Ravenna –ubicada en el barrio de Belgrano, zona norte de la ciudad de Buenos Aires- transcurre en un estado de ligereza y bullicio. Las empleadas hablan en voz alta y hacen chistes. Las pacientes pasan páginas de revistas de moda. El noticiero se pone optimista: hoy, dice la pantalla, será un lindo sábado de sol.

-¡Valentina!
En un rincón de la sala de espera una criatura llamada Valentina se dedica a sacar todos los vasos descartables de un expendedor de agua y luego, con aullidos eufóricos, los va llenando y depositando en distintos rincones del salón.
-¡Valentina, basta!
Alguien grita, pero nadie la detiene. Las pacientes le sonríen con prudencia; las empleadas ya han dejado de mirarla. La sala tiene, además de muchos vasos desbordantes de agua, además de empleadas y pacientes y televisores encendidos, cuadros. El más grande de todos consiste en la inmensa reproducción de un hipotálamo. Se trata de una glándula endocrina -ubicada en el cerebro- sobre la que deben haberse escrito varios tomos de varios libros en varios idiomas, y sobre la que Ravenna dice lo siguiente: cuando una persona gorda deja de comer, empieza a consumir su propia grasa y esa grasa bloquea el centro del hambre situado en el hipotálamo, lo que provoca una saciedad más o menos inmediata. Gracias a las dietas extremadamente bajas, sumadas al trabajo del hipotálamo, un individuo con problemas de peso podría –según Ravenna- cerrar la boca y encima pasarla bien.


[Puede continuar leyendo acá o acá.]

Comentarios

Entradas populares