"Deseo, desgano, fatiga", por Noé Jitrik


Cuando el señor Bartleby emite la frase que lo hizo famoso, el “Preferiría no hacerlo” que nunca ha dejado de ser invocado como expresión o sinónimo de desinterés o de negatividad, logró demostrar al menos una cosa, la efectividad de la palabra, un acierto que no es fácil lograr en la literatura ni en la comunicación. Negativa o no, el lugar que ha obtenido es de primer orden y su efecto es múltiple: tal vez eso constituya la clave de su acierto.

Pero puede haber más en el relato de Melville. Se comprende sin dificultad que Bartleby rechace obligaciones rutinarias, cualquiera lo haría en su situación, pero cualquiera las ejecuta si hay de por medio un contrato, un sueldo, la aceptación de una responsabilidad por más cargosa que sea: la necesidad, se dice, tiene cara de hereje, lo cual no pone en cuestión nada teológico, pero metafóricamente quiere decir que no hay más remedio, se hace lo que se debe hacer hasta que se presente una oportunidad de hacer algo más interesante, o bien uno se harta y renuncia sin quedarse en el torturante lugar que no ha tenido más remedio que aceptar.
Ese desapego de Bartleby, que ni siquiera adopta el lenguaje de la rebeldía, suena anormal y contrasta con la aceptación de sus compañeros de labor, tan hartos como él de la rutina; protestan, se embriagan, se peculiarizan, pero siguen; se diría, empleando un lenguaje jurídico, que los mueve un atenuado affectio societatis, o sea que pueden sentir que si no cumplen algo se desmoronará, puede ser que sin expresarlo sientan que de ellos depende la continuidad de una institución, mientras que a Bartleby ese ominoso destino no le va ni le viene, sólo “prefiere no hacerlo”.

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