"Vila-Matas no se acaba nunca", por Matías Néspolo


Un largo y sombrío pasillo cubierto de libros en un lateral desemboca en su estudio. Un ambiente luminoso, balcón y ventana a la calle, no muy grande. A un lado, un escritorio casi desnudo y dos grandes cuerpos de biblioteca con generosos blancos en los estantes para descansar la vista. Al otro, un amplio sofá rojo y dos sillones oscuros. Parece la consulta de un psicoanalista. El que haría de terapeuta viste una camisa negra y un pantalón gris de tiro largo, muy largo, anclado por encima de la cintura. A pesar de que la broma le divierte, se nota, escoge el tapizado rojo que oficia de diván. Es Enrique Vila-Matas, una de las voces de la narrativa castellana más personales y sugerentes de las últimas décadas, en su gabinete de escritura. “Escribo siempre aquí, pero trabajo de una manera más interesante por fuera del despacho. Caminar va muy bien para pensar”, aclara, porque suele tomar muchas notas por la calle, sobre todo cuando viaja. De hecho, su reciente novela Aire de Dylan (Seix Barral) cristalizó de ese modo durante un largo paseo por una avenida de San Pablo.

Acostumbra seguir “una disciplina matinal”. Aprovecha las horas en que se queda solo en casa, cuando su compañera Paula de Palma, a la que le ha dedicado y le continúa dedicando todos y cada uno de sus libros, marcha al trabajo. Entonces echa manos a la obra sin más estímulo que un café instantáneo tras otro. Hasta la hora de comer, tampoco sin excederse. “Creo que se puede rendir bien unas dos o tres horas. Es como el caso de un futbolista que en cuanto juega una prórroga está muy cansado”, dice. Y en su caso, en cuanto la prosa fluye con demasiada facilidad, desconfía.


Continúa aquí la entrevista de Matías Néspolo a Enrique Vila-Matas, publicada en Radar Libros, 29/07/2012.

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